dimanche, février 21, 2010
Salvador López Arnal, Barcelona
P: Crees que hubo un momento que cambió tu vida?
R: Como en casi todas las vidas, no ha sido sólo un momento, sino varios. Uno esencial para mi fue conocer a Mercedes Iglesias Serrano, mi compañera. Su amor, su compañía, sus cuidados, son, simplemente, inolvidables, imprescindibles. Ni que decir tiene que yo no he estado a la altura de su enorme estatura, apenas he llegado a su rodilla, a la rodilla (izquierda) de Mercedes como diría Éric Rohmer, un director que a ella le gusta mucho.
Otros momentos más: leer a los 18 años un artículo crítico de Alexandre Grothendieck, publicado en Cuadernos para el Diálogo, sobre el mundo de las matemáticas cuando estaba en segundo curso de Exactas; escuchar y ver por vez primera (¡por primera vez!) una ópera de Mozart a los 22, el “Don Giovanni” de Losey, la música que más escucho y amo, especialmente el segundo movimiento del concierto para clarinete, “Las Bodas de Fígaro” y “La flauta mágica”; haber conocido, haber aprendido y haber vivido unos años con el historiador de la ciencia José Romo; el nacimiento de mi hijo, también su enfermedad; mi reencuentro, no ya como alumno, con Miguel Candel y Francisco Fernández Buey; mi amistad con el gran científico humanista Joan Benach, y colaborar como hace años que hago, con El Viejo Topo, Papeles ecosociales y rebelión.
Destaco esto último no sólo por la importancia política, cultural, que ha tenido en mi trayectoria reciente, sino también por las personas que he conocido a raíz de ello: Jorge Riechmann, Óscar Carpintero, Miguel Riera, Santiago Alba Rico, Carlos Martínez, Carlos Fernández Liria, Manuel Talens, Pascual Serrano, Eduard Rodríguez Farré… No enumero conscientemente otros nombres que debería citar para ser justo.
En la otra cara de la moneda, ha cambiado también mi vida la muerte, la prematura muerte, de mis padres, y en un plano más colectivo, la derrota, la inmensa derrota de la causa de las clases trabajadoras que hemos sufrido, y seguimos sufriendo desde hace ya algunas décadas. Desde que tengo uso de razón política, nunca los poderosos habían reído tan plácidamente, con tanta comodidad, tan seguros de su poder. No olvido, sin embargo, la enorme importancia, sobre la cual acaso nos siga faltando perspectiva histórica, que tienen los procesos de liberación que han triunfado y siguen triunfando en países hermanos latinoamericanos. Las permanentes lecciones de solidaridad, dignidad, libertad y resistencia que nos siguen transmitiendo eran impensables, totalmente impensables, hace apenas una década.
P: Qué distingue a un filósofo de un científico?
R: Puedo intentar responder desde diversas aproximaciones sabiendo que esa pregunta, como otras cuestiones filosóficas de calado, no tienen respuesta satisfactoria y mucho menos definitiva.
El científico aspira a conocer su ámbito de estudio, a desarrollar con éxito un determinado programa de investigación. Conocer es arista esencial de su trabajo. El filósofo aspira a señalar además modos de vida, a estar a la altura de las circunstancias, a reflexionar sobre la mejor vida a la que podamos aspirar, a interpretar y transformar en la medida de lo racionalmente posible el mundo que nos ha tocado vivir. No es ninguna novedad señalar que el filósofo por excelencia, Platón, defendió una filosofía praxeológica: sus consideraciones políticas, sus modelos sociales, no eran sólo para él teoría sólidamente fundamentada. Es sabido, está documentado históricamente, que intentó llevar sus planes a la práctica en más de una ocasión, aunque fuera con un rotundo fracaso. Esta arista transformadora no está forzosamente presente en el ámbito científico (Aceptó entre paréntesis que tampoco tiene por qué estarlo en el ámbito filosófico: no hay duda que bajo la etiqueta “filósofo” englobamos estilos, preocupaciones y temáticas muy heterogéneas, con relativo aire de familia entre ellas).
Si científico incluye toda clase de científico, parece que la experimentación, la observación controlada, sea una nota distintiva entre algunos vértices de las ciencias sociales y naturales y el oficio de filósofo, que yo, por cierto, no considero como tal. Sin duda, grandes como Einstein, Darwin, Marx o Galileo no sólo hicieron grandes aportaciones en sus disciplinas sino que filosofaron muy bien y no sólo cuando se sacaban sus vestidos de trabajadores científicos. Pero así, en general, sin volar tan alto, y aceptando posibles excepciones en ámbitos científicos de fundamentación o con programas de investigación muy especiales, la experimentación y la observación controlada y paciente ejercen un papel en la ciencia que no tienen afín exacto en la filosofía.
Las matemáticas y la lógica, por su parte, tienen unos objetos de estudio y un grado de tecnicismo que permiten diferenciarlas de la filosofía. La demostración de la conjetura de Poincaré, por ejemplo, es una grandiosa aportación matemática, no filosófica. No hay duda sobre ello. Pero es cierto que en estos territorios hay zonas con intersecciones no vacías entre uno y otro ámbito. Cantor hace matemáticas y filosofa en muchos momentos; Gödel aporta a la lógica resultados für ewig y no hay duda de las implicaciones filosóficas de su teorema de incompletud; Russell filosofa, hace matemáticas e intenta un programa logicista de fundamentación.
Todo esto, pues, exige matices y más matices y no creo que exista una línea de demarcación que permita generar dos clases disjuntas, dos sacos incomunicados: aquí la filosofía, punto y aparte; aquí la ciencia, punto y final. Popper ya intentó demarcar la ciencia empírica, pero es sabido de las críticas aléficas y documentadas a su propuesta, con el añadido de que en el conjunto de lo que no era ciencia empírica agrupaba cosas muy heterogéneas: lógica, matemática, pseudociencias, metafísica, incluso la filosofía. Todo en uno, porque todo ello no era ciencia no formal.
Digamos que lo importante es seguramente la solidez y consistencia de determinados programas de investigación, el control riguroso de sus resultados y de sus conjeturas, y que, en general, cuando nos aproximamos a los fundamentos o los cimientos de nuestras teorías científicas la tentación filosófica, para nuestro bien, está en la vuelta de la esquina y que está mejor que bien en mi opinión que no ofrezcamos muchas resistencias a los senderos interminables, siempre en construcción, como un Sísifo sin condena, que se abren antes nuestros ojos inquietos.
P: ¿Existe una naturaleza humana?
R: Sucintamente: aspiramos a una concepción de nuestra naturaleza que siempre estará en construcción; es muy difícil que una retrato de la misma nos pueda satisfacer; no hay duda de que ese objetivo de conocimiento, no solo teórico, exige interdisciplinariedad y suma artística, creativa, de resultados no sólo de la ciencia y la filosofía sino que también aquí el arte tiene aquí su palabra y su voz; es importante, si no decisivo, no mirar el tema desde posiciones sesgadas y unilaterales; las concepciones fijistas de esa naturaleza, a las que no son muy dadas los sociobiólogos por generalizaciones precipitadas, enturbian y tensan el debate, y, por no seguir con un decálogo obvio, la falsación debe estar muy presente en la agenda del día de esta temática . Las conjeturas sobre nuestra naturaleza, presente, muy presente en las ciencias económicas y en disciplinas afines, que ven los seres humanos, cuanto menos los “racionales” (es decir, los que cuentan y son aceptados), como seres cuya racionalidad consiste en el egoísmo destemplado y en el lucro balanceado con un sofisticado e impreciso maximin, enseña sobre lo interesado y precipitado de estas acuñaciones antropológicas. Baste recordar lo apuntado por la Nóbel de Economía de este año sobre la economía colectiva y los esfuerzos comunitarios para andarnos muy atentos en estos menesteres.
Resumiendo: cuando leo u oigo algunas definiciones sobre nuestra naturaleza, llevo rápidamente mis manos a mi mente y me pregunto por los falsarios intereses que puedan subyacer a esa aproximación. Creo que es prudente una actitud así visto lo visto en estas últimas décadas en las que construcciones ideológicas han pasado por el no va más de la reflexión científica seria y de punta. Lo demás, decían orgullosos y con desprecio, son ideologismos trasnochados, meras distopías totalitarias vendidas de utopías bienintencionadas.
P: ¿Qué es la acción política?
R: La acción política de los poderosos, que es la acción política dominante en gran parte del mundo, es representación cada vez más directa de los intereses de esos grandes grupos. Representación de esos intereses por voluntad propia o por el estado de la correlación de fuerzas, por decirlo en términos algo clásicos. Un ejemplo, esta vez sí, vale más que mil teorizaciones.
“El lobby de Israel no tardó mucho en meter en vereda al presidente Obama respecto a su prohibición de establecer más asentamientos ilegales israelíes en tierra palestina ocupada. Obama descubrió que un simple presidente estadounidense carece de autoridad cuando se enfrenta al lobby de Israel y que simplemente a EE.UU. no se le permite hacer una política para Oriente Próximo separada de la de Israel. Obama también descubrió que tampoco puede cambiar casi nada más, por si algún día hubiera tenido la intención de hacerlo. El lobby militar y de seguridad tiene en su orden del día la guerra y un Estado policial en el interior, y un simple presidente estadounidense no puede hacer nada al respecto. El presidente Obama puede ordenar el cierre de la cámara de tortura en Guantánamo y que se detengan los secuestros, las entregas y la tortura, pero nadie cumple las órdenes. En lo esencial, Obama es irrelevante”.
No lo digo yo, que desde luego soy también irrelevante y con mucho más motivos, sino que lo ha escrito nada más y nada menos que Paul Craig Roberts que fue, vale la pena recordarlo, secretario adjunto del Tesoro en el gobierno de… Ronald Reagan., uno de los presidentes más criminales de la historia usamericana reciente.
La acción política de las clases trabajadoras, de los de abajo, digámoslo así, está en proceso de cambio en mi opinión. Se vislumbran nuevas cosas, simples detalles en algunos casos. Pero las gentes, aquí y allá, están saliendo de su letargo. Saben que toda intervención institucional, en absoluto despreciable, exige previamente organización, una nueva cultura, viejos y nuevos valores, oídos sordos a los cantos de sirena de las orquestas neoliberales, exigencias razonadas y control afable pero rigurosos de los representantes populares que no pueden ni deben convertirse, ni debemos permitirlo, en políticos profesionales.
P: ¿Es la democracia el mejor sistema posible?
R: La democracia demediada que sufrimos, y en la que nosotros vivimos, obviamente no, a pesar que desde unas décadas, desde la desintegración de la URSS y la caída del mundo socialista en Europa, se presente esa democracia del voto, del respeto a algunas libertades cívicas y el ataque a muchas otras y del desinterés ciudadano creciente, netamente planificado, como el no va más, como el horizonte político máximo al que podemos aspirar. La Comisión Trilateral ya advirtió sobre los peligros de la democracia bien entendida y sobre la necesidad de alejar a sectores populares y resistentes de la ciudadanía del debate público. Lo han conseguido. Por ahora. Por lo demás, esa desconsideración de la democracia política es una constante del pensamiento conservador, no es ninguna aportación de la postmodernidad neoliberal.
Casi nada de lo que sucede políticamente tiene que ver con la real voluntad de las gentes. Hay un teatro de operaciones y algunos actores, no siempre buenos, son dotados generosamente de asesores y medios para vender, el término no es inadecuado, sus programas electorales, programas que suelen ocultar sus reales intenciones y sus verdaderos señores.
No quiero negar desde luego la importancia del clientelismo político, ni el fuerte papel de los intereses parciales y sectoriales, que no generales, en el debate político actual. Tienen su peso desgraciadamente. Por lo demás, el reciente éxito de algunos referendums racistas muestra, una vez más, la importancia de la ilustración democrática de la ciudadanía, condición sine qua non para un ejercicio real, razonable y solidario del poder popular. Sin esa transformación cultural, poliética previa, los procedimientos y aspiraciones democráticos, siempre en construcción, siempre como proyecto, siempre revisables y mejorables, andarán cojos, y nos harán, como señaló Sánchez Ferlosio, más ciegos, más viejos, más torpes y más corruptos.
P: ¿Crees que otro mundo es posible?
R: Lo creo y lo quiero creer. De hecho, ya lo es, ese “mundo posible” es posible, está siendo ya una realidad, está apuntando y creciendo, poco a poco, en muchos lugares del mundo. Basta cruzar el Atlántico y mirar a países como Bolivia, Venezuela, Ecuador y a una isla asediada del Caribe para darse cuenta de ello. Otra cosa es que el Imperio agite de nuevo su vuelo, de hecho nunca ha reposado respetuosamente, y ataque con nocturnidad y alevosía. Como es sabido, tiene varios peones serviles para ello, alguno de ellos con territorios taladrados por bases militares extranjeras.
Por lo demás, no sólo es posible sino necesario. Lo exige la continuidad de la vida en nuestro planeta y el hambre de millones y millones de seres humanos, sin olvidar la justicia, la libertad de todos y unos grados de desigualdad que enrojecen al ser más paciente.
P: Añade un verso al poema Los justos de Borges.
R: Si nos ponemos puristas, añadir un verso a “Los justos” sería como añadir un aria a “La flauta mágica” o dos compases al tercer movimiento de la 9ª de Beethoven. Si apuramos los límites, el primero que me viene a la mente, y no sólo es cortesía, es éste: “El que agradece que el mundo hayan existido y existan alumnos como Tx. M.”.
Yo mismo he añadido en alguna ocasión (¡sin decírselos a los oyentes!) algún verso o alguna modificación. Estos por ejemplo: “El que escucha con temblor contenido el segundo movimiento del Concierto para Clarinete de Mozart” o “El que agradece que en el mundo hayan existido Cernuda, Pavese, Hernández y Violeta Parra”.
Como se trata de apuntar algo nuevo, acaso contradiciendo en lectura lineal alguno de los versos del propio poema de Borges, me permito añadir este: “El que agradece y abona en el mundo los afables y fructíferos senderos de la resistencia” (¡Ay si Borges levantara la cabeza! Me correría a boinazos).
Por resistencia, para poner un ejemplo que tiene mucho que ver con mi intento de no ser un pingo almidonado, como gustaban decir a Gramsci y Sacristán, me gustaría hacer referencia brevemente a mi tío José, un campesino de Sodeto (Huesca), que ahora está retirado: la mañana en que su padre, mi abuelo, iba a ser fusilado, él, que tenía entonces 13 años, fue al campo de la Bota, el lugar donde lo fusilaron. Cuando vio el grupo de guardias civiles que lleva preso a su padre, a José Arnal Cerezuelo, se lanzó sobre ellos. Uno de los guardias le dio culetazo; podría haberlo asesinado, tuvo suerte. Se jugó la vida, pero hizo aquello que debía hacer, que diría Robespierre.
No sirvió de nada, podrá pensarse, su padre perdió su vida cinco minutos más tarde, y suya pendió de un hilo tenue de buena suerte. Pero sí sirvió. Su gesto, su resistencia, su acción de rebeldía, de la que nunca ha hecho alarde, apenas la ha contado, es imborrable, imperecedera. ¿A que sí?
P: ¿Cómo te gustaría ser recordado?
R: Soy casi incapaz de contestar a esta pregunta que suena a despedida y a difíciles viajes hacia páramos nada afables. Alejo de mi ese cáliz y controlo mi malestar. Aquel verso de Gil de Biedma, “dejar huella quisiera y marchar entre aplausos” nunca ha casado bien conmigo.
Si me apuras, cosa que ya sé que no serías capaces de hacer, por decir algo rápido y sin suficiente reflexión, me gustaría se recordado por no haber cometido muchos errores, por no haber dañado a mucha gente, por haber dado un poco de calor al fuego resistencial de siempre y por haber admirado, sin atisbo de envidia ni deseo de zancadillas, la inteligencia, la bondad y el compromiso con los desfavorecidos, con las clases subalternas que decían Gramsci y Raimon.
También, no voy a negarlo, desearía que no habitara sobre mí el olvido entre mis seres queridos más próximos. Como mínimo, en los primeros años.
Y aunque no me preguntáis me gustaría ser enterrado en el nicho donde está enterrada mi madre con alguna nota, nada ostentosa, que dijera algo así como “Cenizas de Salvador López Arnal, próximas a las de Mercedes Arnal Mur, cuyo padre, que su hijo no conoció, fue asesinado por el fascismo español ocho meses después del final de aquella guerra tan injusta y aún tan presente.
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